Motivos familiares y personales me llevan a viajar con frecuencia de Chicago, donde vivo, a CDMX, mi ciudad natal. En cada ocasión hay un periodo de ajuste a la complejidad de la metrópoli. Estoy orgulloso de mi lugar de origen que presumo entre los americanos como “el Nueva York de las Américas”.

Como observador externo, aprecié el desarrollo inmobiliario de Santa Fe lugar que parece más Asia que México, y celebré avances en la ciudad como la recuperación de espacios públicos para ciclistas y peatones.

No obstante, también percibo el deterioro en la seguridad pública, el tráfico y los pésimos servicios públicos que recibimos los ciudadanos. Lo que estoy a punto de compartir es el caso de un ciudadano más en la gran urbe, dilemas que lamentablemente enfrentamos la mayoría en CDMX.

El grupo en el poder gusta mucho al celebrar selectivamente la herencia histórica de lo que hoy se ha convertido en México. La gloria azteca es orgullo, pero la sangre europea que corre por nuestras venas mestizas no recibe festejo. Las piedras que culturas centenarias usaron para construir imponentes edificios precolombinos son estampa de honor, aunque hoy el agua que se distribuye esté contaminada con hidrocarburos, heces fecales y otras maravillas.

En mis visitas me hospedo en Xochimilco, un área considerada patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Este resquicio de la ingeniería indígena que construyó Tenochtitlán, hoy es hervidero del caos, nula aplicación de las leyes, basura y porquería en los embarcaderos.

Caminar por estas calles da la oportunidad de ver cientos de “diablitos” que permiten “al pueblo bueno” robarse la energía eléctrica. Así pasa con cientos de puestos ambulantes que se apropian de los espacios públicos para explotación particular que, en la mayoría de los casos, beneficia mafias y “empresarios” dueños de decenas sino cientos de locales en la calle. No son los más pobres los que aprovechan este comercio, sino quienes los emplean para explotarlos e imponer al resto sus negocios ilegales.

Tengo intereses en la CDMX a pesar de vivir en el extranjero y pago decenas de miles de pesos en impuesto predial. La pregunta es, ¿qué carajos compro con esas contribuciones si el gobierno es incapaz de proveer seguridad, servicios, limpieza y condiciones mínimas de movilidad?

Pasé noches en vela a causa de vándalos que con sus autoestéreos no cesaron en hacer escándalo. Llamé al 911 para reportar la situación y pedir la presencia policial, la respuesta fue “sea prudente, no busque enfrentamientos y la ayuda va en camino”. En realidad, la policía jamás llegó, los vecinos de un icónico lugar ejemplo de nuestra herencia viven a merced de los abusos y el desgobierno. Quizá permea la filosofía del clásico, “que no les digan que la ley es la ley”. Esta situación no es nueva, he escrito de esto a través de los años y el cochinero, y la ausencia del estado de derecho sigue empeorado.

Soy afortunado y he visitado sitios históricos en otras partes del mundo y en ninguno he observado el valemadrismo y el caos que prevalece en Xochimilco. En lugar de rescatar y desarrollar esta área para captar turismo que dé empleo, desarrollo y oportunidades, las autoridades anteriores y actuales despliegan un descuido criminal.

Es tiempo de que los ciudadanos digamos basta. Los pillos en el poder prometen continuidad a la ignominia, al tiempo que sus estrellas pregonan humildad mientras viven en áreas para privilegiados. Son comunistas hipócritas que adoran vivir como capitalistas.

Hay que sacar a estos bribones del poder y darle la oportunidad a alguien más, a quién usted desee, pero a alguien más.

PD: Vea videos que documentan mi experiencia en mi cuenta de Twitter.

Periodista

@ARLOpinion

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